Seguidores

domingo, 9 de agosto de 2020

Y me enamoré, pero no de ti.
Me enamoré de lo que creí que podíamos haber sido aquella noche.
De imaginar lo que podrías hacerme sentir por las mañanas.
De perdernos bajo las sábanas de mi refugio.

De los susurros al acabar
de recorrer mi espalda, despacio,
con paradas estratégicas para hacerme perder los nervios.
Y al llegar
temblar.

Y es que contigo no quiero perder la capacidad de temblar.
No quiero acostumbrarme a tu ruta por mis lunares como si fueras a hacerlo siembre.
O alguna vez.

Y me enamoré, pero no de ti.
Me enamoré de mis ganas de temblar.
De los mimos, las risas, los secretos...
De abrazarte por detrás hasta que te duermas, mientras le devuelvo todos los besos a tu cuello.

De la paz de después.

Me enamoré de no poder dormir sin tocarnos.
De despertarnos en mitad de la noche para volver a la casilla de salida.
De no contarte mis días malos porque no quiero perder el tiempo.
De prepararme para una primera cita en cada cena. En cada cerveza.

De subir, de bajar, de encontrarnos.
De no hablar en el sofá y no necesitarlo.
De los desayunos a las dos de la tarde.
Del "Ven más cerca".
De las siestas que siguen al aperitivo.

De la paz de después.

Y me enamoré, de ti.
De tus ganas de cambiar el mundo.
De mis ganas de escribir desde entonces, aunque no sepa de estructuras
ni de donde van las comas
ni el punto
ni el final.
De tu poesía a todas horas.
De no poder leerte porque prefiero descubrirte poco a poco.

De como me miraste.
De las ganas de más.

Y de toda esa mierda.

Pero recordé, que los besos no vienen por mucho que los pidas.
O los quieras.
O los necesites.

Que mis ganas no sirven para los dos, que hacen falta las tuyas.
Y esas no llegan.
Ni en coche, ni en tren, ni en ciento cuarenta caracteres.

Que te sabes el camino,
y no has vuelto.