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martes, 1 de mayo de 2012

Me encanta cuando me salvas.


Media hora más tarde, los efectos de la inyección me vencen, los nervios ceden y los párpados cesan su actividad. La reconversión de un ser humano en robot de hospital es increíblemente rápida. En primer lugar cambian tus andares, por el gotero y el pijama.
Luego la cama te engulle como una planta carnívora.
Muy pronto, cualquier sensación de sol o de viento desaparece y empieza a llover en el interior de tu cabeza. Te olvidas de reír, de caminar. E incluso si pruebas con los sueños, el dolor y sus escoltas meditosos se encargarán de recordarte lo muy enfermo que estás.
No obstante, lo peor es despertarse en pleno día en un cementerio de vivos. Nadie lee, todo el mundo bosteza delante de la tele. Es la época de las horas fofas, de los relojes flácidos al estilo Dalí. Los minutos se disfrazan de horas veo cómo lo hacen. Mi habitación es un horrible torno y las paredes se estrechan un poco más cada día.
Unas jeringas crecen en el techo y me orinan éter en los ojos. Me ahogaré entre sábanas. Convertirse en una sirena con pijama. Una sirena que ni siquiera sabe nadar.

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