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lunes, 28 de enero de 2013

A veces, aunque duela, lo más sano es decir adiós.

Esa mujer es viuda, habla con su difunto esposo. No come sola, continúa dirigiéndose a él como si se encontrase delante de ella. Se ha acicalado porque su marido todavía forma parte de su vida. Se lo imagina presente a su lado. ¿No es conmovedor? Imagine  el amor que hace falta para reinventarse sin tregua la presencia del ser amado. Esa mujer tiene razón: no porque se haya marchado ha dejado de existir. Con un poco de fantasía dentro de uno, la soledad no existe. Más tarde, en el momento de pagar, empujará desde el otro lado de la mesa el platito con el dinero, porque es su marido quien paga siempre la cuenta. Cuando se vaya, esperará un momento en la acera antes de cruzar, porque su marido cruza la calle siempre primero, como es debido. Estoy seguro de que cada noche, antes de acostarse, se dirige a él, y que hace lo mismo por la mañana al desearle un buen día, esté donde esté.


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