Hace un año, se quedó dormida. Lo amaba.
¿Será que no lo cuidó bien? ¿Se esforzó en exceso? No. Ella alcanzó a pensar que lo hizo mal, pero rematadamente mal. Era una cría al fin y al cabo. ¿Cómo darle tanta seriedad a la vida a esa edad?
Lo cierto es que no llegó a entenderlo. Eso, mientras dormía.
No supo muy bien cómo ni por qué llegó a tener discrepancias consigo misma. Sí. Ella sola. El mundo se redujo a nada. Al principio, era probable que pensara mucho. Creo que muchísimo.
Y se alejó (y pensaba). Y enmudeció. Se sorprendió (y pensaba). Ella entendía que comenzó a concienciarse. Entonces, lloró. El mundo se redujo a su mente y a su desconcierto. Y se abandonó (y pensaba). Y volvió a llorar. Lloró más, aunque era poco. Y tuvo miedo. Y se seguía abandonando. Desistió de todo. Lloró. Y se sintió inservible (y pensaba que debía cambiar algo). Lloró más, mucho, mucho más. Y se reincorporó. Y, ah sí, lloró.
Y llorar cesó. No de un día para otro, pero sucedió. La rutina comenzaba a reclamar su presencia. Y la vida, también. Claro que, todo lo anterior no estuvo exento de dolor, opresión e impotencia.
Finalmente, se reconcilió consigo misma. Con mucho esfuerzo, qué menos.
Aquellos doce meses fueron precisos para devolverle, día a día, su verdadero ser, retomar su potencial, y levantarse. Fue, para ella, el golpe más duro que hasta entonces pudo darle la vida. Y quizás porque fue una decisión propia la que la condujo a caer para valorar lo que realmente importa cuando se está en pie. Hoy, transcurrido el tiempo, anestesiado el dolor e inmortalizado el recuerdo, ha aprendido a vivir sin él.
Hoy, transcurrido un año, vuelve a ser ella. ¿Y se acabó ya,no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario