Antaño, si mal no recuerdo mi vida era un festín
donde todos los corazones se abrían,
donde corrían todos los vinos.
Una noche senté a la Belleza en mis rodillas.
Y la encontré amarga. Y la injurié (…)
Logré que se desvaneciera de mi espíritu toda esperanza
humana.
Salté sobre toda alegría, para estrangularla
con el silencioso salto de la bestia feroz (…)
La desgracia fue mi dios. Me revolqué en el fango.
Me sequé con el aire del crimen.
Y jugué unas cuantas veces a la demencia.
Pero, hallándome recientemente a punto de lanzar el último
suspiro,
se me ocurrió buscar la llave del antiguo festín,
donde quizá recuperara el apetito.
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