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miércoles, 10 de octubre de 2012

Si soy Anibal ¿ Donde están mis Alpes?

Puedo ser muy silenciosa. Mucho.
La prisa rompe el silencio. La impaciencia estropea la caza.
Me tomo mi tiempo.
Avanzo en silencio por la oscuridad. En el bosque, de noche, el polvo flota en el aire; la luz de la luna convierte las partículas en constelaciones al arrastrarse por las ramas de los árboles.
El único sonido es el de mi respiración al inhalar lentamente por la boca. Enseñó los dietes. Las almohadillas de mis patas no hacen ruido al pisar la maleza húmeda. Me tiemblan las aletas de la nariz. Escucho los latidos de mi corazón por encima del gorgoteo de un arroyo cercano.
Una ramita seca comienza a crujir al pisarla.
Me detengo.
Espero.
Me tomo mi tiempo. Lentamente, levanto la pata de la ramita. Pienso: Silencio. Noto mi aliento frío sobre los incisivos. Oigo un sonido susurrante que me llama la atención y la mantiene. Tengo el estómago tenso y vació.
Me adentro en la oscuridad, Aguzo el oído; el animas asustado anda cerca. ¿Un ciervo? Durante unos largos segundos, un insecto nocturno hace cric, cric, antes de que decida moverme de nuevo, Mi corazón late rápidamente entre cada cric. ¿Será grande el animal? Si está herido, podré cazarlo yo sola.
Algo me roza el hombro, Algo blanco y suave.
Quiero estremecerme.
Quiero girarme y atraparlo entre los dientes.
Pero no debo hacer ruido. Me quedo inmóvil durante unos largos segundos y luego giro la cabeza para ver que es lo que me roza la oreja, algo que parece una pluma.
Es algo que no alcanzo a nombrar, que flota en el aire y se deja mecer por la brisa. Intento por todos los medios darle un nombre.
¿Papel?
No entiendo que hace aquí, colgado de una rama cuando no es una hoja de un árbol. Me hace sentir incómoda. Más allá, esparcidos por el suelo, hay unos cuantos objetos impregnados de un olor desconocido y hostil.  la piel que ha mudado y abandonado algún animal peligroso. Los rehuyo con una mueca y de pronto veo a mi presa.
Pero no es un ciervo.
Es una chica que se retuerce en el suelo, que araña la tierra y gimotea. Cuando la ilumina la luz de la luna, parece blanquísima contra el suelo negro. Exuda miedo por todos los poros.
Mi olfato lo detecta. Incómoda, siento que me eriza el pelo de la nuca. No es una loba, pero huele a loba. 
Avanzo en silencio.
La chica no me ve llegar.
Cuando abre los ojos, estoy justo delante de ella. Casi podría tocarla con el hocico. Hace un momento estaba jadeando y notaba su cálido aliento en la cara, pero al verme deja de jadear.
Nos miramos.
Cuanto más me mira, más se me eriza el pelo de la nuca y el lomo.
Araña el suelo con los dedos. A medida que se mueve, huele menos a loba. El peligro me silba en los oídos.
Le enseño los dientes y hago ademán de retroceder. Solo se me ocurre huir, rodearme de árboles, poner tierra de por medio. De pronto, recuerdo el papel que cuelga del árbol y la piel mudada del suelo. Me siento atrapada entre la chica tan rara que tengo delante y la extraña hoja que tengo detrás. Mi vientre roza la maleza al agazaparme con la cola entre las patas.
Comienzo a gruñir tan lentamente que noto el gruñido en la lengua antes de oirlo.
Estoy atrapada entre ella y los objetos que huelen a ella, colgados de las ramas y tirados por el suelo. La chica sigue mirándome fijamente, desafiante  Soy su prisionera y no puedo escapar.
Cuando grita, la mato.



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