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sábado, 13 de octubre de 2012

Todo resultaba mucho más fácil cuando el lobo era yo.

Sin él, vivía en cien momentos distintos del presente.
Cada segundo estaba lleno de la música de otra persona o de libros que nunca leería. Fingía que todo transcurría con normalidad, que tan solo era un día más sin él, que al día siguiente entraría por la puerta y la vida seguiría su curso como si nadie la hubiese interrumpido.
Sin él, era una máquina en movimiento perpetuo, impulsada por mi incapacidad para dormir y por el miedo a que se me amontonasen los recuerdos. Cada noche era una fotocopia de los días anteriores, y cada día era una fotocopia de las noches. 
Estaba esperando un tren que no llegaba  ala estación. Pero no podía dejar de esperar; si no, ¿qué sería de mi? Estaba viendo mi mundo reflejado en un espejo.
Sin él, lo único que tenía eran las canciones que había compuesto sobre su voz y sobre el eco de su voz cuando había dejado de hablar.

Parecía que habían pasado varios años desde la última vez que le había abrazado y le había apoyado las manos en el pecho. Una eternidad desde nuestro último beso. Toda una vida desde la última vez que había oído su risa.


1 comentario:

Ana Kato dijo...

"Cada noche era una fotocopia de los días anteriores, y cada día era una fotocopia de las noches".

Qué terrible verdad.