Sin él, vivía en cien momentos distintos del presente.
Cada segundo estaba lleno de la música de otra persona o de libros que nunca leería. Fingía que todo transcurría con normalidad, que tan solo era un día más sin él, que al día siguiente entraría por la puerta y la vida seguiría su curso como si nadie la hubiese interrumpido.
Sin él, era una máquina en movimiento perpetuo, impulsada por mi incapacidad para dormir y por el miedo a que se me amontonasen los recuerdos. Cada noche era una fotocopia de los días anteriores, y cada día era una fotocopia de las noches.
Estaba esperando un tren que no llegaba ala estación. Pero no podía dejar de esperar; si no, ¿qué sería de mi? Estaba viendo mi mundo reflejado en un espejo.
Sin él, lo único que tenía eran las canciones que había compuesto sobre su voz y sobre el eco de su voz cuando había dejado de hablar.
Parecía que habían pasado varios años desde la última vez que le había abrazado y le había apoyado las manos en el pecho. Una eternidad desde nuestro último beso. Toda una vida desde la última vez que había oído su risa.
1 comentario:
"Cada noche era una fotocopia de los días anteriores, y cada día era una fotocopia de las noches".
Qué terrible verdad.
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