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jueves, 27 de marzo de 2014

Si amas a alguien, tienes que darle libertad.

Me arrastró hasta el banco más cercano y aplastó su cara contra la mía, haciendo que nuestras narices se tocasen como si fuéramos esquimales. Me apretó el brazo con tanta fuerza que supe que al día siguiente tendría una marca  pero no me importó.
 Ninguno habló durante un buen rato.
Yo deseaba que el tiempo se detuviese, junto entonces, y que aquel segundo no terminase. Pero, de algún modo, ese instante estaba teñido de tristeza, porque yo concebía el tiempo que pasaba con él como si fuera un tesoro, como si ya hubiera terminado.


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