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viernes, 11 de noviembre de 2011

La culpabilidad es como el amor: tu no lo eliges.

Flotaba en un estanque mortecino, rebosante de rutina, donde no pasaban los días, ni los meses, ni los años.
Pero a la vez, sentía que todo sucedía muy deprisa.
Y mi corazón abatido, incapaz de olvidar a sus fantasmas, no lograba curarse para volver a disfrutar de la alegría de vivir.
Tu muerte fue un abismo sin fondo. Me hundí en él y pensé que jamás saldrías.
Pero el tiempo, ese tiempo mutado, puso las cosas en su sitio.




Lo que me importaba y me seguía importando era huir: huir de lo que había hecho. Huir de mi misma.

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