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jueves, 10 de noviembre de 2011

Todo se volvió negro.

Me miraba, sombrío y lúcido. Fue eso, su lucidez, lo que me hizo comprender y, al hacerme comprender me aterrorizó. 
Di un paso hacia él, intente dar otro. Las piernas me fallaron.
Tuve que sentarme, en la silla de madera, junto al sillón.
Lo miraba atónita, esperando una palabra que negara mi negra intuición.
Me puse en pie, sentado era incapaz de respirar.
Y luego me asaltó otro impulso: salir a la calle, escapar del lugar donde me repetía lo que no podía ser. 






Tu ausencia ¿cómo aceptarla? ¿De repente, sin una despedida? Tu presencia arrebatada de cuajo, sin adiós.
Muerto, saliendo así de mi vida.
Imposible. Tú no.


Pero no llegue a abandonar el piso. 
Un ahogo denso me subió dese es estómago, me nubló la visión.
Me desmayé al comprender de repente que no volvería a verte. Que ya no existías.
Al fondo de mis oídos sonaban tambores.
Los tambores eran arrítmicos, sordos, retumbaban en mi pecho y hacían vibrar los barrotes de la cama.

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